
En la política, las lealtades son efímeras y las ideologías, muchas veces, simples herramientas de conveniencia. La renuncia de Joob Quintín al Partido Acción Nacional (PAN) es una prueba más de que los principios partidistas suelen desdibujarse cuando las oportunidades personales están en juego. Lo que hace unos años criticaba con vehemencia en otros, hoy se convierte en su propio camino.
Durante su paso por el PAN en Juárez, Quintín supo capitalizar su posición como dirigente del partido, asegurándose dos espacios consecutivos en el Ayuntamiento durante la administración del exalcalde Armando Cabada, quien llegó al poder como independiente y hoy milita en Morena. Desde esa posición, el ahora expanista logró mantenerse en el juego político con discreción, hasta que las condiciones le obligaron a cambiar de estrategia.
Su salida del PAN, justificada con el argumento de que el partido ya no lucha por sus ideales, resulta una explicación poco convincente. Lo cierto es que su nombre ya se menciona entre los posibles perfiles para integrarse a la administración del alcalde morenista Cruz Pérez Cuéllar, lo que refuerza la percepción de que su ruptura con el panismo no es más que un movimiento calculado para asegurar su futuro político.
El caso de Joob Quintín no es aislado. Es parte de un fenómeno recurrente en la política local y nacional: personajes que abandonan las filas del partido que los impulsó en busca de nuevas oportunidades en el poder. En su momento, él mismo criticó a Javier Corral por su distanciamiento con el PAN. Hoy, sin embargo, parece seguir el mismo patrón.
Se espera que en los próximos días convoque a una conferencia de prensa, en la que, más allá de justificar su salida, posiblemente anuncie su adhesión a Morena. Su destino político parece ya definido, y su caso se suma a la larga lista de figuras que han transitado entre ideologías partidistas sin que ello represente un verdadero cambio de principios, sino más bien una reubicación estratégica.
En este juego de intereses, lo único claro es que los ideales en política suelen ser maleables y, en muchas ocasiones, lo que ayer se condenaba, hoy se practica sin el menor recato.