
El fiscal César Jáuregui ha estado más visible que nunca en los últimos días, alejándose de la rutina que muchos asociados a su cargo suelen seguir, limitada a las grandes ciudades como Chihuahua y Juárez. Su presencia en municipios como Nuevo Casas Grandes y Bachíniva, en compañía de figuras como el secretario de Comunicaciones y Obras Públicas, Jorge Chanez, y el senador Mario Vázquez Robles, ha generado especulaciones y levantado muchas cejas.
La reciente visita de Jáuregui a la construcción de la nueva sede de la Fiscalía de Distrito Zona Noroeste en Nuevo Casas Grandes, seguida de su aparición en Bachíniva con Vázquez Robles, ha dejado más preguntas que respuestas. Ambos, estrechamente ligados a la gobernadora Maru Campos, no solo están cumpliendo con tareas administrativas, sino que se perciben como piezas clave dentro de la maquinaria del panismo en Chihuahua. ¿Es solo trabajo o hay algo más en juego?
Mientras tanto, las interpretaciones de sus desplazamientos varían. Algunos consideran que está reforzando su presencia institucional, mientras que otros no pueden evitar preguntarse si estas giras de trabajo tienen un propósito más político, dadas las cercanías que se evidencian entre los involucrados. Sin duda, la especulación sobre las motivaciones de Jáuregui y su futuro en la política chihuahuense va en aumento, dejando mucho a la imaginación.
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La reciente oferta de Alfredo «El Caballo» Lozoya, quien puso una recompensa por la captura del presunto feminicida de la maestra Lucero en Hidalgo del Parral, ha generado gran revuelo en las redes sociales. Su llamado a la población para que se encargue de la captura de un presunto criminal, en un estilo que recuerda a las épocas del viejo oeste, ha desatado tanto apoyo como preocupación, ya que algo que comienza como un acto de indignación puede terminar fuera de control.
La actitud de Lozoya refleja, para muchos, una especie de justicia por mano propia, algo que no está exento de riesgos. Si bien su postura frente al feminicidio puede ser vista como una muestra de firmeza ante un crimen atroz, lo cierto es que se ha señalado a Lozoya en múltiples ocasiones por actitudes violentas, lo que pone en duda la congruencia de su mensaje, especialmente cuando se habla de violencia de género.
Lozoya, conocido por sus posturas fuertes, parece haber tocado un tema sensible que ha dividido opiniones, generando dudas sobre si realmente está buscando justicia o simplemente aprovechando el momento para alimentar una narrativa de fuerza y control. Su actitud puede estar más cerca de lo que muchos temen: un estilo que recuerda a los capos de la delincuencia, donde la frontera entre la ley y el caos se vuelve cada vez más difusa.
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El pasado viernes, el exgobernador César Duarte, rodeado de ex convictos y exfuncionarios que alguna vez fueron parte de su círculo de poder, causó revuelo en un bar del Distrito 1. La imagen, tomada por varios testigos, refleja una impunidad que pocos se atreven a llamar por su nombre. Este grupo de individuos, que en su momento disfrutaron de un privilegio casi real en Chihuahua, continúan operando como si nada hubiera pasado, lo que genera un profundo malestar y coraje en la ciudadanía.
El imperio de Duarte se desplomó cuando su séquito de colaboradores fue investigado y algunos encarcelados durante la llamada “Operación Justicia para Chihuahua” de Javier Corral, hoy convertido en senador neomorenista. Sin embargo, en lugar de llevar a cabo un proceso legal conforme a derecho, Corral hizo de su cruzada un asunto personal y vengativo, lo que resultó en la liberación de muchos involucrados debido a carpetas mal integradas, sin pruebas sólidas y con decisiones que parecen más motivadas por el rencor que por la justicia.
Entre los que compartieron mesa con Duarte se encontraban figuras como el exalcalde Javier Garfio, el exauditor Jesús Esparza, el parralense César Dajlala y el empresario Lalo Almeida, todos ellos personajes cercanos al exgobernador. Aunque Duarte sigue enfrentando procesos penales, desde que se modificaron sus medidas cautelares, ha vuelto a pasearse con total tranquilidad, mientras Javier Corral se esconde tras su fuero de senador, demostrando que, en Chihuahua, la justicia aún parece ser un lujo para unos pocos.